24/8/08

Prefacio

La oscuridad reinaba en las calles, solo algunas farolas iluminaban las aceras vacías por los transeúntes que, como si presagiaran lo que se avecinaba, se escondían en sus casas asustados por la extraña niebla que comenzaba a gobernar aquel trozo de la ciudad. Las grandes fachadas de edificios altos creaban un ambiente más sombrío gracias a sus oscuras pinturas grises y negras pintadas con grafitis de jóvenes rebeldes que decoraban el material urbano con calaveras y demonios grotescos más reales de los que ellos querrían pensar.
En los huecos que los edificios dejaban entre ellos, si alzabas la mirada y la dirigías a donde terminaba su altura podías ver, si tenías una buena percepción de los rápidos movimientos, una sombra que danzaba con el aire, sin producir un solo sonido a pesar de que se deslizaba entre aquellos gigantes saltando y corriendo.
Su atuendo era el de un ladrón clásico. Su ropa era oscura, una larga gabardina que se abría a cada paso que daba contra el aire. Su cabello estaba cubierto por un gorro negro de lana, su rostro oculto tras un pañuelo que tapaba su boca, las manos cubiertas por guantes de piel negros como el resto de la indumentaria. Capaz de pasar inadvertido a ojos ajenos. Solo había una diferencia, lo que se ocultaba tras las intenciones de aquel que se escondía no era la de robar, sino la de asesinar de una manera tan maquiavélica que el terror en las calles se podía oler.
Aquel era un día de trabajo. Se dirigía entre aquel pequeño laberinto de calles a un pequeño apartamento alejado de la mente humana. Estaba situado en una callejuela apartada y maloliente, donde los vagabundos se reunían para darse calor unos a otros.
Amarró con sus manos, envueltas en sus guantes de cuero, la cuerda que tenía atada al cinturón. La aseguró a una escalera de metal que la azotea tenía en caso de emergencia. Tiró la cuerda por el borde del edificio y se deslizo hasta el suelo que había justo delante de la puerta de su victima.
Al llegar al suelo, se arrodillo frente a la puerta, sacó una ganzúa y abrió con un leve “clic” la cerradura que evitaba que cualquiera de aquellos despojos de la humanidad pasara a un calor más reconfortable.
Su victima le esperaba con los ojos abiertos, sentado en un sofá enmohecido y con un estampado de flores anticuado. En la habitación solo había una mesa redonda de madera podrida y ennegrecida, una alfombra apolillada y un montón de escombros y basura que le daba un aroma ha podrido a la estancia. Las manos de aquel hombre estaban unidas sobre su estomago entrecruzando sus dedos y sus pulgares daban vueltas el uno alrededor del otro. Estaba esperando su llegada.
- Ya era hora de que te dejaras ver, llevo esperando tres días en esta misma posición. – Se estaba mofando de su asesino- ¿Eres nuevo en el empleo?
- Me gusta hacerme de rogar. – La voz sonó distorsionada por algún aparato.
Mientras decía estas palabras se situó, antes de que su anfitrión pudiera pestañear, tras él. Con un movimiento veloz de su mano lo agarró del cuello mientras que la otra mano se dirigió a la navaja mariposa que descansaba en su bolsillo, la abrió y la hundió en la traquea y con un giro de muñeca hizo el agujero mas grande haciendo que la sangre cayera sobre el pecho y las manos de aquel que agonizaba sin poder pronunciar palabra, ya que había aprovechado para cortarle las cuerdas vocales.
Se puso frente a aquel hombre, y se sentó en el suelo mirando como se desangraba. Ladeo la cabeza, y sus ojos negros se quedaron fijos en la cara de aquel hombre, que seguía vivo aunque aterrorizado. El porque de que se hubiera mantenido tres días en esa misma posición era a causa de una droga que le había suministrado días antes en la comida y que en el primer día su efecto había sido inducirlo en un sueño sonámbulo y así le condujo al asiento donde ahora agonizaba.
Muy lentamente llevo la mano a la banda que le cubría la cara he introdujo el dedo índice entre la piel y la tela tirando de ella y dejando que aquel ser sin salvación viera la cara de la persona que lo había asesinado. Una sonrisa curvo sus labios hacia arriba, creando una escena más macabra, como un cuadro salido de una mente enferma.
- Tú – Los labios del hombre se movían sin pronunciar sonido, el aire se le escapaba de la traquea. Sus ojos se abrieron aun con mayor incredibilidad.
- Yo…Padre.
Al final el hombre exhaló su último aliento, y dejó caer la cabeza a un lado, con el asombro aun pintado en su rostro.